miércoles, 26 de mayo de 2004

Cuento del miércoles: El Ascensor

Siguiendo, sin muchas ganas, la propuesta de El Taller de la semana pasada:

—Qué aburrimiento. Yo pensaba que, cuando uno se muere, no pasaba nada. Nada, quiero decir, aparte de la progresión inevitable de la entropía. Ya saben: los gusanos, la corrupción de la carne, los huesos abandonados en el osario.
—¡Hereje! —me dice una mujer ataviada con toca negra— No sé que haces en este ascensor, porque yo subo al cielo, tras penar en este valle de lágrimas. Pero ahora aguardo la recompensa a mis votos de pobreza y castidad.
Esto último lo dice la vieja bruja con una sonrisa angelical que, sin embargo, no oculta su desprecio hacia la quinceañera de la esquina, que, vestida con una falda demasiado breve y una camiseta de tirantes, lame un cucurucho de fresa, insensible a las miradas lujuriosas de un hombre vestido por Armani.
—Yo —dice éste— no creo que el mundo sea un valle de lágrimas. Hemos disfrutado la vida todo lo que hemos vivido. Yo, por ejemplo, hasta mis últimos días seguí comiendo angulas todos los viernes.
—¡Glotón! Y, mientras tanto, todos los niños de África muriéndose de hambre... Está claro que me he equivocado de ascensor.
En ese momento el ascensor se para. Cuando las puertas se abren, se asoma un hombre rodeado de llamas. Para decepción de la monja, no tiene cuernos ni rabo: sólo un impermeable amarillo y un casco de bombero.
¡Fuego! ¡Abandonen el ascensor! ¡Usen las escaleras!
La monja le golpea en la cabeza, lo arrastra dentro y pulsa el botón del último piso.
Al cabo de unos minutos, el bombero recobra la consciencia.
—¿Qué hago aquí? ¡Hay que salir del ascensor!
—Calma, hermano. Hemos salido de ese piso infernal. Ahora ascendemos hacia lo Alto.
—¿Subimos? ¿Están locos? El fuego sube ¡Hay que salir y bajar por las escaleras antes de que el ascensor deje de funcionar!
Como sucede en las películas malas, oir estas palabras y sentir una fuerte deceleración es todo uno.
—¡Socorro! ¡Hay que salir de aquí!
—Tranquilícese, hombre. Si total, ya estamos muertos.
—¡Sí! ¡Vamos a arder todos! ¡Socorro! ¡Quiero salir!
—Pesao, cállate, no seas cansino —dice la quinceañera.
—Este tío no se ha enterado. Cree que está vivo —añade el hombre de la corbata de seda.
—¡Arderéis todos en las llamas infernales! continúa la monja.
—Joder con la vieja.
—Niña, no blasfemes.

¿Conseguirán nuestros personajes salir del ascensor? ¿Superará el bombero su pánico? ¿Volverá a comer angulas el figurín vestido de Armani? La respuesta, en el próximo episodio.

(continuará)





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