sábado, 2 de abril de 2005

Adiós a Juan Pablo II

La verdad es que debo de ser católico, pues en caso contrario estaría hablando de la muerte de Rainiero, o de algún otro asunto, en vez de escribir unas líneas para despedir a este polaco que ha marcado (como casi todos sus antecesores) un hito en la historia de la iglesia.

Mis recuerdos de los Papas anteriores a este Juan Pablo II que acaba de morir se limitan a dos momentos de mi infancia, en el parvulario, como, por aquel entonces, se llamaba a la educación infantil.
A diferencia de los niños de hoy, los de entonces iban al parvulario en colegios, y en los colegios de entonces todavía la religión era algo que se tomaba en serio. Recuerdo, vagamente, rezar antes de las clases en el parvulario y quizá también en los dos primeros cursos de EGB; desde luego, salíamos a cantar el "Venid y vamos todos / con flores a María" por los pasillos a principios de mayo. Y recuerdo también, el 2º de EGB, que el horror al catecismo (esas dos versiones del Credo, que al final se cambiarían por una tercera a mis dieciséis o dieciocho años), sólo superado por las tablas de multiplicar.

Os he dicho que la religión se tomaba en serio. Por eso mismo, en mi colegio, que era un colegio público, había capilla. Y en la capilla había, como en las clases de los niños mayores, un televisor. No digo un televisor conectado a un video, sino un televisor conectado a una antena y, quizá, por circuito cerrado, al "gabinete de audiovisuales" del que nos traían esas maravillosas filminas sobre las vitaminas, Adán y Eva y otras materias que todo niño de cuatro o cinco años debía conocer.

Pues bien, recuerdo al director convocándonos a todos a la capilla, donde el televisor emitía imágenes sobre la elección de un nuevo papa, Juan Pablo I. Y recuerdo que el mismo televisor, días después, emitió la noticia de su fallecimiento.

Esa es, quizá, la imagen que para mi quedó de este Papa: la de alguien llamado a sustituir a quien había muerto prematuramente. Por supuesto que tengo otros recuerdos: alguien (probablemente mi abuelo materno) que regaló a mis padres un libro ilustrado sobre el papa, con un disco de vinilo; yo, de pequeño, preguntándole a mi madre qué significaba aquello de "Totus Tuus" (¡quizá mi primer latín!); las imágenes del primer viaje a España; la historia hagiográfica de su vida antes del papado, leída en un Selecciones del Reader's Digest durante un viaje a Alicante; el viaje de mis abuelos para obtener la bendición papal, al que se sumó casi toda la familia y del que guardamos, como extraño recuerdo, la fotografía del papa bendiciendo a un pariente asesinado, muchos años después, de un tiro en la nuca (obviamente, no la guardamos por el Papa); queda, también, el vago recuerdo de la última novia de mi hermano, que tomó parte en las concentraciones de jóvenes (y no tan jóvenes) durante el último viaje del Santo Padre a España.

Queda, por supuesto, su ataque a los teólogos de la liberación, de quienes ya nadie se acuerda; queda, también, su intervención (meramente propagandística, pero todas lo son, al fin y al cabo) en pro del sindicado Solidaridad, del que tampoco se acuerda nadie. Queda, sobre todo, la iglesia, una institución que no nos gusta a muchos de los criados en el catolicismo, es cierto, pero que no nos atrevemos a olvidar, como harían otras ramas del cristianismo.

En cualquier caso, quede lo que quede, descanse en Paz.

1 comentario:

José Moya dijo...

No, que yo sepa, no se había muerto todavía cuando escribí el post. Pero, la verdad sea dicha, yo no estaba seguro: ¡las televisiones sólo hablaban del Papa!