martes, 10 de enero de 2006

Dos novelas...

Allende, Isabel: Hija de la fortuna, Plaza Janés/DeBolsillo, 2000. 439 págs. 1€ (segunda mano). ISBN:84-8450-015-2 vol 168/7.

Crane, Stephen: El rojo emblema del Valor, El País, 2004. 196 págs; 1 € (segunda mano). ISBN: 84-96246-60-4.

He leído últimamente dos relatos que podrían caer en el saco de la novela de aventuras, pero caracterizados por la introspección psicológica, especialmente notoria en la obra de Crane porque su carácter de fábula parecería rehuir tales procedimientos.

La primera, Hija de la Fortuna, es un relato que me ha sorprendido, quizá porque no se parecía a lo poco que leí de su autora, allá por 1994. Sigue habiendo un gusto por la historia y circunstancias de Chile, pero han disminuido notablemente las resonancias del realismo mágico. El argumento parece extraído de un folletín decimonónico, lo que resulta especialmente decoroso, pues refleja claramente el ambiente en que se sitúa la acción: una niña de origen desconocido, criada por una pareja británica en Valparaíso, descubrirá el amor con un modesto funcionario de la compañía de su padre adoptivo, que se fugará después a California, fuga que propicia un viaje de rescate; a esta trama se unen las historias paralelas (amoríos de la madre adoptiva; orígenes de Tao Ch'ien, el que será cómplice de la protagonista en su aventura) que consolidan el aspecto de novela por entregas que domina toda la obra. El único defecto de esta novela, que comparte con la mayor parte de la novela histórica (contemporánea o no), es la aparición de lo que Francisco Ynduráin llamaba, en sus clases, Complejo de los Picapiedra: la trasposición de ideologías actuales al pasado. Así, casi todas las féminas de la época serán feministas, en una proporción que desafía la verosimilitud.

La segunda novela, El rojo emblema del valor, constituye una especie de fábula sobre un joven soldado (el autor procura no mencionar su nombre, aunque a veces lo haga) que se enfrenta a la batalla como una prueba que demostrará su valor (uno de los argumentos preferidos de otro de mis escritores americanos favoritos, Conrad). Uno de los hallazgos del autor es la obsesión del muchacho por el qué dirán; otro, la lucha interna, sembrada de excusas autocomplacientes. Sin embargo, se suele recordar este libro por un detalle distinto: la descripción sanguinolenta de las batallas, que se ven como movimientos absurdos de tropas lanzadas a la muerte por generales que no ven individuos, sino máquinas de guerra. Por ello, sería de agradecer que al final del relato no se cayera en el patrioterismo ("Había llegado a acercarse hasta la gran muerte, y había visto que, después de todo, no era más que la gran muerte. Él era un hombre"), aunque hay que aclarar que tras esa frase hay una exaltación a la paz evocada en una especie de beatus ille.

1 comentario:

juank sinclair fantoba dijo...

Me apetece el segundo. No sé por qué siempre le he tenido un poco de manía a Isabel Allende (me leí La Casa de los Espíritus por quedar bien, más o menos), y lo peor de todo es que estoy convencido de que es injustificadamente.