sábado, 4 de agosto de 2007

Historia del término Lejía

Hace tiempo, dije algo en mi blog acerca de la evolución del término lejía. Al igual que ha pasado con pluma (de ave) y pluma (para escribir), el nombre fue conservado mientras cambiaba la realidad del objeto. Es curioso que este término no haya seguido designando posteriores blanqueadores (de hecho, los anuncios insisten en que los productos sustitutivos no contienen lejía). Pero, al fin y al cabo, es lo mismo que ha sucedido con la pluma: tampoco empleamos ya ese término para designar al bolígrafo. Y también merece la pena reseñar que, al contrario que nosotros, los anglófonos siguen llamando pen al bolígrafo o al rotulador, indistintamente, y no dudan en aplicar la lexía bleach al peróxido, cuyo uso, en realidad, es casi tan antiguo como el de la lejía de cloro.

No recuerdo si en aquella ocasión mencioné que la primera pista acerca de la evolución del término la había encontrado en un recetario industrial; carente de referencias, supuse que sería uno de aquellos publicados por la editorial Soler a principios del siglo XX. Ahora me encuentro en disposición de aclarar el misterio. Se trata de un volumen sin fecha (una pegatina antigua en el lomo hace suponer que date de 1951, pero carezco ahora de una conexión que me permita comprobarlo en el catálogo de la Biblioteca Nacional u otra fuente de confianza) cuya referencia bibliográfica es la siguiente:
William Arnold, Nuevo Recetario Químico para el Hogar, Valencia, Editorial Guerri (col. Biblioteca científica Popular), s.f. [1951?].

El hecho de que el autor sea extranjero puede haber influido en la selección léxica (quizá el traductor, E.S.R., esté usando lejía para traducir bleach y agua de Javel o de Labarraque para traducir eau de Javel y eau de Labarraque, respectivamente). Pero el hecho es que en el capítulo III, “Blanqueo, lavado y quitamanchas”, las dos primeras recetas se llaman “Lejías” (“Son disoluciones alcalinas, generalmente de compuestos de sosa, que disuelven las grasas, limpian y blanquean los tejidos”), y efectivamente se componen de una mezcla de carbonato de sosa, sosa caústica, silicato de sosa, agua y algún ingrediente adicional (resina, ácido oléico) en la segunda receta; la tercera receta es un compuesto “En polvo” de jabón de Marsella y sosa y detrás aparecen un “Agua de Javel para el blanqueo rápido” y un “agua de Labarraque, para el mismo uso”. El sexto blanqueador serían unos polvos de cristales de sosa, silicato sódico y carbonato sódico; el séptimo es ácido oxálico; el octavo es un agua de cloro, el noveno es el agua oxigenada, y los dos últimos son mezclas de jabón con diversos disolventes enérgicos (amoníaco con trementina y alcohol con hiel de buey, respectivamente).

Aunque la tipografía deja bastante lugar a dudas (después de todos estos blanqueantes, a los que no precedía ningún título, o quizá el genérico de “Lejías”, hay un apartado denominado “Jabones”; por otro lado, el sexto compuesto, unos polvos de sosa, aparecen con su titulo en minúscula inmediatamente debajo del Agua de Labarraque, con su título en mayúsculas), la sucesión desordenada de compuestos basados en cloro (cuarto, quinto, octavo) mezclados con compuestos basados en sosa (primero y segundo, en disolución; sexto, en polvo) y en otras substancias (séptimo, noveno, décimo, undécimo) hacen pensar que se reserva el término “lejía” para los que llevan sosa y agua.

(...Faltaría, obviamente, comprobar todo esto en el Diccionario Crítico-Etimológico y en el CREA de la Academia...)

[Este artículo, redactado originalmente en agosto de 2007, fue publicado el 3/9/7, con alguna corrección de estilo y el vínculo a la entrada anterior de la bitácora]