miércoles, 31 de octubre de 2012

Nueva versión de un viejo chiste

Juan injuria gravemente a Miguel. En cualquier otro lugar del mundo habría una pelea, pero en Frestugal son más civilizados. Miguel se encamina a la comisaría más próxima, rellena una instancia por cuadruplicado y a continuación compra una escopeta. Mientras tanto a Juan le llaman de comisaría, avisándole de la licencia concedida a su vecino. Hay que prevenir, se dice, y visita al comisario, que le expide otra licencia. Merece la pena además que Juan invierta algo de sus ahorros en contratar a Pedro, Ernesto y Leopoldo, que a su vez gestionarán sus permisos, no sea que tengan que balacear a alguien.

A Miguel le llegan entonces el aviso de que Juan, Pedro, Ernesto y Leopoldo amenazan su vida: contrata a Mario, Ignacio, Felipe, Venancio y Agustín. Entre llamada y llamada del comisario, la escalada de violencia llega a la contratación de cincuenta o más personas por bando, con sus correspondientes autorizaciones.

Finalmente, los dos rivales se encuentran. Cada cual aferra su escopeta con gesto sañudo y consulta el pequeño calendario de su reloj. Hace ya dos horas que expiraron sus permisos, pero todavía estarán en vigor los de sus acompañantes. Entonces, Pedro indica discretamente a Juan: mi turno termina en diez minutos. Con una mueca de asco, los rivales dejan a un lado las armas y se quitan las chaquetas. Para qué discutir, si al final siempre es mejor arreglarlo a hostias.

miércoles, 24 de octubre de 2012

Presupuestos generales del estado

Toco en la orquesta del Titanic,
mas es difícil darse cuenta:
sobre los violines
cantan sirenas.
Pasos histéricos retumban en la pista,
un rag inesperado
hace saltar las notas de marfil.
En la araña tintinean lágrimas
y el champagne explota en chorros jubilosos
Del frío nos aíslan pesados cortinajes;
el arco del virtuoso
lanza chorros de fuego.
Nadie diría
que tras el terciopelo
aúllan sirenas.
Ignoro yo sus cantos,
como el faisán hierático,
como el mero de ojos vidriosos,
como el perrillo que Fifí olvidó en su camarote.
Pues mientras se celebra
el carnaval de la primera clase,
un alma caritativa me salvará de la chusma
que se agolpa, famélica, a las puertas.
Toco en la orquesta del Titanic:
Si no escucháis la música,
estamos muertos.

sábado, 13 de octubre de 2012

Nobel a destiempo

Una de las principales características de esos premios que se conceden a una trayectoria es que, por definición, siempre llegan tarde. Tanto que a menudo se ofrece el premio a quien ya ha demostrado que no lo merece.

Así sucede de vez en cuando en el Príncipe de Asturias, y así sucede también en el Nobel. Que la Unión Europea reciba el Nóbel de la Paz en 2012 es tan absurdo como lo hubiera sido que Arafat recibiese ese mismo premio no en 1994 —cuando lo recibió— sino diez años después, deshechos los sueños en el pacifismo palestino.

Pues no niego que la Unión haya merecido el Nobel. El momento más oportuno fue en 2005, al año siguiente de proclamarse la (luego difunta) Constitución Europea. También podría haberlo sido tras la entrada en circulación del Euro o mejor antes, en 1995, con la entrada en vigor del acuerdo de Schengen. Pero en los tiempos que corren no está el horno para bollos, ni la UE para premios.

Lo único digno de premio que ha hecho la unión en los últimos años ha sido tirar de las orejas a los diversos socios cada vez que trataban de implantar medidas racistas (recuérdese el «Enough is enough!» —«¡Basta ya!»— de la comisaria Viviane Reding al presidente francés). Pero durante el mismo período ha mostrado que es una institución sostenida por intereses mezquinos y transacciones con moneda política, lo que se ha puesto de manifiesto una y otra vez a lo largo de la crisis económica que viene durando cuatro años ya.

La política de abandono de la agricultura puesta en práctica en este mismo período por la Uunión Europea ha tenido mucho que ver también con la crisis alimentaria que ha provocado conflictos sangrientos en el norte de África, la costa mediterránea de Asia y Yemen. Es cierto que el origen de esta crisis está en el anuncio de la reducción de exportaciones de grano rusas, que hizo subir los precios en los mercados de futuros. Pero que un grupo de países decida reducir su nivel de autoabastecimiento ayuda a que en el resto suban los precios.

Muchos países de la Unión pertenecen a la OTAN, organización que en los últimos años ayudó, sí, a acabar con un dictador en Libia: pero lo hizo a su sangrienta y a la vez cobarde manera, bombardeando indiscriminadamente. Y cuando los refugiados lanzaron mensajes de socorro, los barcos de la OTAN, incluidos los pertenecientes a los países de la unión, desoyeron sus llamadas. Lo bueno de las misiones humanitarias, como sabemos desde la misión en Bosnia, es que uno puede desfazer virgos y fazer tuertos, y sigue siendo un caballero.

Tras la misión en Libia, se perdonó a este país la deuda —contraída en gran medida con Italia, pero también con Rusia y China—. En cambio, ¿qué hizo la Unión con los suyos? Abandonarlos a su propia suerte, o bien ofrecerles préstamos en condiciones draconianas y con unos mecanismos de control que para sí quisiera aquella humanitaria organización dirigida por Lucky Luciano.

Son muchas, pero que muchas meteduras de pata. La UE no tiene la Baraka de los árabes, ni el Mana de los polinesios, ni la Luck de los teutones. Más bien parece tener lo que los antropólogos llaman Witchcraft, Brujería y los castizos Gafe: esa capacidad indefinida para que le ocurran desgracias a todo el que te toca. Como saben los Azande, el gafe no tiene la culpa de ser gafe, ni puede impedirlo, pues lo es involuntariamente. Así que la única manera de acabar con el maleficio es acabar con el gafe.

Del mismo modo, la única manera de acabar con toda esta mierda —perdóneseme la palabra— que nos viene de Europa es acabar con la unión. O, por lo menos, ya que nos parecería brutal lo que Frazer nos contaba sobre el sacerdote de Diana en Nemi, jubilar a aquellos que han demostrado una y otra vez su incompetencia, en lugar de reelegirlos como hizo no hace mucho el Parlamento Europeo.

La unión hace la fuerza. Pero para eso tiene que ser unión, y no »merienda de negros«.

miércoles, 3 de octubre de 2012

Sin paga, nadie paga

Sin paga, nadie paga. Dirección de Alberto Olivares. Obra original de Dario Fo adaptada por Carla Matteini. Reparto: Pablo Carbonell, María Isasi, Marina San José, Carlos Heredia e Israel Frías. Teatro Infanta Isabel. 13 € (oferta de Letsbonus, precio normal 22€). El teatro es el espectáculo que peor se publicita: la mitad de los anuncios van dirigidos a gente que ya conoce las obras en cuestión, y la otra mitad son tan cutres que desaniman a los posibles espectadores. Y esa es una de las cosas que ayudan a que las salas estén continuamente vacías, incluso en un momento en que ya no es tanta la diferencia de precio entre teatro y cine. Pasaba yo por la calle barquillo cuando vi el cartelón del Teatro Infanta Isabel. El título resultaba atractivo y me convencí por completo cuando vi, en la letra pequeña, que era una adaptación de la obra de Fo (corolario: de haber mantenido el título original, me habría convencido antes). La obra de Fo es una comedia de humor absurdo que comienza con un grupo de mujeres asaltando un supermercado y llevándose la comida sin pagar. Una de las mujeres se da cuenta, una vez llega a casa, de que su marido pondrá el grito en el cielo cuando descubra lo que ha hecho. Así que decide ocultarle todo, y ahí comienza el embrollo. La adaptación ha actualizado el texto para reflejar la crisis actual y lo ha adaptado a la situación española, con algunas referencias a los sucesos de los últimos años. Entre los pocos cambios que he detectado (suelo leer la obra todos los años con mis alumnos) están la reducción del número de policías y su sustitución por otros personajes, así como la adición de pantomimas que no están en el texto pero que el texto sin duda pide, como el "blues" que cantan Pablo Carbonell e Israel Frías. El reparto tiene una actuación magnífica, quizá sobreactuada por exigencias del guión. Los movimientos de los personajes no dan un respiro y el pobre espectador se ve continuamente incapaz de contener la carcajada, a pesar de la dura situación que viven los personajes. Pues eso es lo único malo de la obra: que el público se vaya a casa con la sensación de que la comedia negra no está en el escenario, sino en la vida real.