jueves, 17 de abril de 2008

Reciprocidad

El mal que me haces a mí redunda sobre todos. Si mandas publicidad a mi correo, tu buzón de spam se hinchará y acabará tragándose los mensajes legítimos; si tú me estafas, los sistemas de seguridad de los ordenadores se volverán tan abstrusos que será imposible usar internet; si tú reproduces en tu web los artículos destacados de tres periódicos, el estado abolirá el derecho de cita; si robas en mi tienda, subiré los precios; si me atacas, un partido fascistoide acabará pidiendo la vuelta al estado policial.

Y, sin embargo, eres incapaz de ver que tus derechos, de los que tan a menudo abusas, colisionan con los míos. No ves que, si llamas agresión a la incautación de material prohibido, se te acaban las palabras para definir una paliza. No ves que, si llamas no poner límites a escuchar "no", y no hacer caso, ese "no" verbal se convertirá en gestual y físico.

A mí, realmente, me da lo mismo. Comparado contigo, soy anciano. Moriré antes que tú, sin conocer el mundo brutal que te espera en tus últimos años.


"Nada en esta Declaración podrá interpretarse en el sentido de que confiere derecho alguno al Estado, a un grupo o a una persona, para emprender y desarrollar actividades o realizar actos tendientes a la supresión de cualquiera de los derechos y libertades proclamados en esta Declaración"
—Declaración Universal de los Derechos Humanos

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